‘Earwig y la bruja’: esto no es Ghibli
Entré a ver Earwig y la bruja (Gorō Miyazaki, 2020) con mucha ilusión, porque el cine de animación es una buena opción y, sobre todo, cuando viene del estudio más grande de la animación japonesa. La premisa es interesante: una bruja escapa en moto y deja un bebé en un orfanato, con la promesa de que volverá cuando acabe con el aquelarre que le persigue. Earwig, la hija de la bruja, vive durante años en el orfanato, donde es feliz, y no tiene ninguna intención de irse con una familia, pero un día llega una pareja un tanto peculiar y deciden adoptarla. Para sorpresa de ella, la mujer es una bruja y quiere que sea su ayudante.
Hasta aquí todo bien. El espectador ya imagina qué relación puede tener esta pareja con la madre de la protagonista, cómo descubrirá Earwig que es una bruja, etc. Pero la película se convierte en una sucesión de pequeños problemas e inconvenientes que la niña debe resolver como pueda, con o sin magia -desconozco cómo funciona la magia en este universo, pues en ningún momento sabe que es hija de una bruja y nadie se sorprende de que haga magia-. En paralelo, vamos conociendo la relación que une a todos, aunque esto no es lo importante de la historia.
El filme es divertido y evoca a la niñez interior como Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988), pero la narración no va a ninguna parte. De hecho, Earwig y la bruja termina justo en el momento más interesante. Podría criticar el uso del 3D en una película del Studio Ghibli, pero todo se actualiza e innova, y es seguro que el estudio no dejará su animación tan característica atrás. Gorō Miyazaki está, sin duda, a la sombra de su padre y, dada la calidad de Hayao, es mejor no pensar que va a alcanzar su nivel. Los fans y la crítica debemos aceptar que el legado de Hayao Miyazaki acabará cuando él lo haga.
Estreno en cines: 30 de abril.