Loco por ella
Álvaro Cervantes y Susana Abaitua en 'Loco por ella' / Netflix
Cine

‘Loco por ella’ y la mesura del cínico

No voy a entrar a juzgar —aun sabiendo que quizá estoy renunciando al clickbait— si Loco por ella, última película de Dani de la Orden, romantiza o no las enfermedades mentales en esta historia de amor en la que un periodista chusquero, de sentencias a lo Mr. Wonderful, decide entrar de manera voluntaria en un psiquiátrico buscando a una interna bipolar de la que se enamoró tras un polvo de una noche. Solo diré que, si efectivamente lo hace, al menos no es pretendidamente y que, por cómo se desarrolla el filme, su intención radica en todo lo contrario, esto es, instar a dejar tranquilos a los especialistas en su buen hacer en cuanto a terapias para el coco se refiere. Que para esto se aleccione de manera un tanto banal y que el discursito que exhibe el personaje de Clara Segura en favor de las supuestas virtudes de la psiquiatría sea cuestionable es ya otro cantar.

Quiero evitar meterme en tal cuestión porque considero de entrada que la romantización de ciertos comportamientos o situaciones peligrosas, nocivas o cruentas no me parece per se argumento suficiente para catalogar una obra dentro del maniqueísta estándar de lo bueno y lo malo. ¿Podemos decir acaso, con absoluta certeza, que Crash (Cronenberg, 1996) es una mala película por romantizar la relación entre una pareja a la que le excita sexualmente tener accidentes de tráfico? Considero que no. En todo caso, lo que podemos criticar es que no consiga su propósito de hacernos sentir fascinación por tal comportamiento límite, pero no por intentarlo. La sublimación, de producirse, es una forma más de expresión de nuestra subjetividad y todos sentimos cierta atracción, culpable o no, por algún tema que socialmente parece aceptado como sórdido o tabú, por lo que expresarla sin tapujos nos puede ayudar a reafirmarnos o purgarnos.

Volviendo a la cinta que nos ocupa, creo que si resulta regulera en general y directamente fallida por momentos es por cuestiones netamente cinematográficas. Más allá de la creación de atardeceres algo cutres y una banda sonora de subrayado imperativo sentimental, considero que la mácula principal reside en un ritmo narrativo rápido pero torpe y un desarrollo argumental de premisa divertida pero desarrollo tosco. Como he de ceñirme a las cuatrocientas palabras exigidas por la redacción y que ya debo estar cerca de sobrepasar, intentaré sintentizar estas impresiones: lo que me molesta, básicamente, de Loco por ella es la obsesión por pasar por cada hito impuesto por algún manual básico para una supuesta elaboración de comedia romántica yankee. Esto precipita de manera inverosímil los eventos clave que vertebran la trama, lo que la lleva a trastabillar continuamente en las transiciones entreactos y a dejar la suspensión de la incredulidad —pese a la aceptación implícita al género de fenómenos como las serendipias— al arbitrio de la buena voluntad del espectador dispuesto a hacer tamaño salto de fe.

La verdad es que me siento hasta mal siendo tan duro con Loco por ella. Entiendo a De la Orden y su devoción por las romcoms, pero es que hay escenas en los que la composición de la imagen no solo invitan al recuerdo, sino directamente al calco de otros largometrajes del género como El amor y otras drogas (Eward Zwick, 2010).

No sería justo, sin embargo, que el lector piense que está ante una pérdida de tiempo al visionarla. Pese a sus torpezas, el guion gana en diálogos ágiles plagados de un humor bienintencionado, blanco, que si bien no despierta una gran carcajada sí perpetúa una sonrisa. La interpretación por parte del elenco, obviando el exceso estereotipado de los dibujos de los personajes, es carismática, rica en matices y tics, sobresaliendo Luis Zahera y Aixa Villagrán entre el coro de residentes del centro psiquiátrico. Susana Abaitua y Álvaro Cervantes constituyen un tándem protagonista disfuncional que da buena cuenta de esa cute couple típica de la que se nutre cualquier comedia romántica.

En definitiva, Loco por ella no es una película para un cínico tiquismiquis como el que aquí escribe, pero que cumple con las necesidades de un gran público que busca un desahogo y un chute de optimismo al final del día. Cabe destacar el esfuerzo de De la Orden por mantener siempre ese tono amable que le caracteriza e intente reconducir hacia el buenrollismo historias que cualquier otro trataría desde el prisma de un dramón lacrimógeno e insoportable.

Manu Collado
Graduado en Filosofía por la UMU. Magíster por la USAL. Escribo para diferentes medios sobre cine, literatura, cómics y videojuegos, labor que compagino con mi faceta de profesor así como con la de dramaturgo y director de teatro. Humanismo y amor fati.

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