Las noches de Tefía
El equipo de 'Las noches de Tefía' durante la presentación del 26 Festival de Málaga / Andrea Celaya
Televisión

‘Las noches de Tefía’ o cómo desafiar al tedio

Como suele ocurrir con el Festival de Cine de Málaga, uno ha de hacer acopio de paciencia hasta llegar al visionado que rompe el hielo de la indiferencia que amenaza constantemente con relegar la acreditación a algún lugar olvidado del recibidor de casa. Con honrosas excepciones, dicho oasis en el desierto del hastío suele llegar de mano de secciones alternativas a la oficial a concurso. Sin embargo, sin equivocarme, me he llevado una sorpresa, pues no esperaba en cualquier caso que el pellizco necesario para sacarme de mi sopor me lo propinara la mainstream Atresmedia con los dos primeros episodios de Las noches de Tefía.

Y es que, cuando parece que nada nuevo podemos extraer de la Guerra Civil y la dictadura, temas explotados hasta la saciedad, el reconocido dramaturgo Miguel del Arco ha conseguido arrancar una historia de un hecho un tanto desconocido —al menos para mí— relativo a los trabajos forzados a los que se vieron abocados en Fuerteventura los condenados por la odiosa Ley de Vagos y Maleantes. Disfrazada de colonia agrícola, aquel baldío isleño se erigió como deleznable campo de concentración para escritores críticos con el régimen franquista, ladrones de poca monta y homosexuales a los que buscaban “reeducar” a base de picar piedra.

El piloto de la serie se despliega sobre un buen pulso narrativo y una hábil construcción de diálogos ágiles y certeros que reman a favor de mantener el interés inicial, despertado desde el primer momento con la impactante escena introductoria con la que del Arco rinde homenaje al teatro. La fotografía constituye una propuesta llena de fuertes contrastes, oscilante entre el blanco y negro que acompaña a la gris cotidianeidad soportada por el coro de reos, el contexto de libertad, brillo y colorida saturación del Tindaya, una sala cabaretera en la que por las noches los presos se imaginan a modo de consuelo, y la imagen realista que acompaña a la época presente en la que uno de los supervivientes a aquellas terribles condiciones, ya viejo, se dispone a narrar sus traumáticas experiencias a un documentalista.

Quizás el eslabón débil de la producción recae en cierto sacrificio comercial en la construcción de unos personajes de líneas tan marcadamente arquetípicas que a menudo estereotipan más que representan. Chirría en varios momentos, por ejemplo, la recurrencia a unos ademanes contemporáneos y un tanto básicos en el habla y comportamientos de los personajes manifiestamente gays, los cuales necesitarían de más matices a la hora de abarcar el abanico de caracteres que supone el colectivo en una época en la que dudo que, ni en el ámbito más privado, se pudieran permitir una fuerte estridencia en su comportamiento.

De todos modos, el reparto de Las noches de Tefía resuelve con soltura y carisma sus roles, de entre los que me gustaría destacar el revulsivo generacional que suponen la siempre sólida y resolutiva Carolina Yuste, absoluta todoterreno, y Patrick Criado, quien se está construyendo paso a paso, producción a producción, una carrera de intérprete versátil, tan capaz de interpretar a un niñato noble del Siglo de Oro (Águila Roja), como a un rudo, visceral e imprudente policía (Antidisturbios) o a la carismática, sensible y musical La Vespa en esta serie.

Como las noches de ficticia farándula que los presos se narran para aliviar sus males, la visualización de la introducción a Las noches de Tefía ha conseguido rescatarme del aburrimiento generalizado habitual y acrecentado especialmente en esta edición del festival. Sin embargo, la conciencia del contexto en el que he visto estos dos primeros capítulos hace que me asalte la duda de si la serie soportará un juicio crítico completo y aislado de unas circunstancias que la hace relucir entre la bisutería de un mercadillo con pretensiones de galería chic. En cualquier caso, por el momento seguiré pagando la entrada al Tindaya y desafiando al tedio.

Manu Collado
Graduado en Filosofía por la UMU. Magíster por la USAL. Escribo para diferentes medios sobre cine, literatura, cómics y videojuegos, labor que compagino con mi faceta de profesor así como con la de dramaturgo y director de teatro. Humanismo y amor fati.

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