‘Alcarràs’ / ‘Dúo’ o el éxtasis sin desgarramiento
El 25º Festival de Málaga toca su fin y vengo a hablaros no del palmarés sino de las dos películas que quería ver por encima de todo estrés laboral: Alcarràs, de Carla Simón, y Dúo, de Meritxell Colell. Ya si eso dejamos lo de las Biznagas para otro día.
Va necesitando de etiqueta. Es tan obvio que hay una sensibilidad común en esta generación de directoras formadas en Barcelona que resulta extraño que, en esta época de máximo ímpetu clasificador, todavía no se haya definido un manifiesto en torno a esta manera de rodar, de mirar.
Quizá sea mejor así. Uno de mis momentos favoritos en el Fausto de Goethe es cuando Margarita le pregunta al alquimista si cree en Dios. Este acaba respondiendo que reducir una experiencia mística a un solo vocablo sería empañar el esplendor del puro cielo. Algo así ocurriría al encorsetar el estilo de cineastas como Meritxell Colell o Carla Simón. Reducirlo a un término, a una ecuación cuyos supuestos elementos despejan la incógnita, equivaldría a practicar una fe repitiendo un único rezo.
Películas como Dúo –Biznaga de Plata a mejor dirección de ZonaZine del Festival de Málaga— o Alcarràs —Oso de Oro en la Berlinale— me recuerdan a una reflexión de María Zambrano acerca de la diferencia entre filosofía y poesía. Escribió la veleña que la filosofía es un éxtasis fracasado por un desgarramiento, pues ansía someter las verdades alcanzadas a un sistema. Sin embargo, la poesía, más humilde, consciente de la incapacidad humana a la hora de captar a la perfección las experiencias sublimadas, mucho más concreta, se conforma con la frágil unidad que ha creado. Si tomamos por cierta esta antinomia, aquí estamos ante un cine poético mayúsculo.

‘Dúo’ se lleva la Biznaga de Plata a mejor dirección en ZonaZine / Festival de Málaga
Por supuesto, los eruditos a la violeta podríamos forzar la maquinaria conceptual y establecer un decálogo que nos ayudase a conformar un criterio de evaluación y diagnóstico de lo que, a falta de un nombre que haga mejor justicia, se está viniendo a llamar la «nueva ola del cine catalán» u otras banalidades por el estilo. Podríamos aludir a elementos comunes como la alergia a bandas sonoras no diegéticas como imperativo sentimental en favor del sonido ambiente para lograr una inmersión más fiel en el mundo de los personajes; el gusto por la hibridación ficción/documental que somete al guion inicial a una revisión y modificación sustancial en el montaje; la búsqueda del retrato intrahistórico de nuestros tiempos al centrarse en reivindicar el esfuerzo artaudiano de personajes que componen, en términos de Michel Onfray, nuestra cartografía infernal de la miseria, tales como campesinos explotados o nómadas apátridas; la nostalgia por lo rural, lo periférico, lo olvidado y lo ruinoso como resistencia; la preferencia por imágenes de textura orgánica que salvan lo bello en detrimento de colores forzados a una saturación artificiosa y a volúmenes asépticos y pulidos… El capullo que hay en mí pugna por hacer un ensayo académico sobre todo esto. Sin embargo, la persona decente en la que creo que me estoy convirtiendo recuerda a Nietzsche cuando dice que hay que desconfiar de los sistemáticos y alejarse de ellos.
Innumerables sentimientos le asaltan a uno cuando ve películas como Alcarràs y Dúo, como hicieran en su día Verano 1993 y Con el viento. Predominan la admiración y su cara B, la envidia. Qué daría yo por poseer esa mirada sáfica centrada en poner en valor lo inmanente, los afectos y los cuidados en detrimento de toda épica ideal. Qué no ofrecería a cambio de la valentía de reaccionar con mi arte a la conciencia de que nos alejamos de la vida y que debemos retornar de manera responsable y ecológica a ella.