‘Romancero’ o el realismo necromántico
Prime Video sigue apostando por producciones españolas con las que rellenar su insaciable catálogo. Romancero llega a la plataforma de streaming con un reparto plagado de rostros conocidos como el de Belén Cuesta, Guillermo Toledo, Ricardo Gómez y Alba Flores. A ellos se suman dos actores para el futuro, Elena Matic y Sasha Cócola, en el papel de dos niños acosados por algo más que entes sobrenaturales.
Como si Gustavo Adolfo Bécquer y Federico García Lorca hubieran compartido la misma pesadilla tras una noche de borrachera. Así definiría la serie dirigida por Tomás Peña. Sus seis episodios de media hora de duración dan buena cuenta de los motivos románticos, en su sentido más gótico y sobrenatural, que obnubilaban la mente del atormentado autor de las Leyendas, mientras que las tramas de suburbio, Guardia Civil mediante, recuerdan a las preocupaciones lorquianas que habitan el Romancero gitano.
Toda la acción transcurre en Almería, quizá la provincia más deprimida dentro de la decadencia económica y las desigualdades sociales habituales que dominan Andalucía o, más bien, por las que los andaluces se dejan dominar. La serie es tan interesante en sus formas narrativas —un collage de flashbacks iniciado in media res— como irregular en su ejecución que en ocasiones raya en una decepcionante cutrez enmascarada de guiño slasher a la que ya se han visto abocados otros productos de su guionista, Fernando Navarro. Véase —o no— Venus (Jaume Balagueró, 2022).
Romancero es una serie rabiosamente española, alexdelaiglesiana para bien y para mal. Su mayor logro reside en la creación de atmósferas opresivas y texturas sucias donde lo fantástico copula con lo social en una suerte de realismo necromántico fascinante, lo que casi consigue que ocultar unos nefastos efectos visuales que evidencian nuestro retraso respecto a la industria yanqui. El buen hacer del elenco, repleto de caras conocidas, también oscila peligrosamente: por un lado, Ricardo Gómez parece haberse doctorado cum laude en la camorra que caracteriza a nuestro insuficientemente vilipendiado brazo del ejército en las calles; por otro, hay galgos que no pueden echarse más flores que las que les corresponde por casta, no por mérito.
En cualquier caso, me gustaría inclinar ligeramente la siempre injusta balanza de pros y contras hacia la recomendación. Hay algo que huele a fresco, a riesgo y a voz propia en Romancero pese a sus pasos en falso. Hay buen gusto en esa secuencia de un guardia civil sádico ante un atardecer almeriense tras pasearse cual cacique por un mar de plástico repleto de inmigrantes explotados. Y, sobre todo, hay buena puntería a la hora de señalar que ciertas realidades son más terroríficas que cualquier demonio, que las arrastramos desde hace eones y que parece que nunca van a ser exorcizadas.